Es domingo a medio día, un domingo cualquiera de primavera. Lo natural sería dormir más tarde, hacer limpieza, tomar el café en la terraza, leer el diario...
Es domingo a medio a medio día y nos preparamos, lápices y música en mano, para hacer un taller de expresión corporal en un centro penitenciario.
La llegada siempre es dura, nosotras nerviosas y ellos espectantes. No están acostumbrados al color, a la música, a bailar, a crear, a liberarse.
Comienza el taller, pelota y gestos como ayudantes, y poco a poco ocurre la magia: se borran las rejas y durante un par de horas, bailamos con nuestros miedos y prejuicios para dar lugar a un espacio de juego, de interacción, de complicidad y expresión libre.
Es domingo por la noche y vuelvo agotada a casa sabiendo que, al menos por un domingo, el centro penitenciario fue un espacio lleno de libertad y vida.